Dentro de este ánimo aquí puedes encontrar:
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TEXTOS
Reflexiones acerca de los distintos caminos que se recorren a nivel psicológico, social, religioso y espiritual en los procesos del despertar de la conciencia...
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AUDIOS & VIDEOCONFERENCIAS.
Producidos en los contextos anteriores.
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TALLERES - VIVENCIAS - RETIROS...
El camino del despertar de la consciencia es fundamentalmente vivencial por lo cual en este espacio encuentras invitaciones a: Encuentros de Danzas de Paz Universal. Talleres que abarcan...
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DANZAS SAGRADAS:
Las Danzas de Paz Universal (DPU) Son danzas circulares que utilizan frases sagradas de las diferentes tradiciones espirituales y religiosas de la humanidad. Al compás de los ritmos...
Nacho Vergara - Mensaje de Bienvenida
Estimados amigos y compañeros en el camino de la vida.
Los ciclos que organizamos en nuestras mentes como una forma de confirmar individual y colectivamente nuestro permanecer en esta vida, pueden servirnos para adormecernos y sentir que hay una cierta eternidad en nuestras vidas que se confirma en cada navidad y en cada año nuevo que volvemos a vivir y una certeza en que viviremos el siguiente de manera más próspera. También pueden servirnos para despertar recordándonos que cada ciclo nos habla de un presente en el cual se lleva a cabo nuestra realización consciente, nuestra liberación, nuestro volver a casa, nuestro descubrir que la prosperidad ya está presente en cada paso que damos, en cada encuentro que nos proporciona la vida, en cada experiencia que logramos vivir conscientemente, con cada respiración en la cual hacemos consciente el milagro de la vida que se realiza en nosotros.
Los trabajos que llevamos a cabo en nuestros pequeños talleres y en el encuentro con Richard Moss han tenido en común la invitación a practicar cada vez con más intención y atención la capacidad de habitar en el presente como un espacio en donde logramos alejarnos de los ruidos de la mente que permanentemente nos llena de miedos, deseos, ilusiones y, con ellos, frustraciones y sufrimiento. En la medida en que vamos fortaleciendo la capacidad de permanecer en el presente frente a los embates de la mente, las emociones y el entorno cultural que nos empujan al ruidoso mundo de los juicios, la distracción, los miedos, las ilusiones y, en general, la inconsciencia,la serenidad, la gratitud, la comprensión, la aceptación van haciéndose presente cada vez con más estabilidad en cada presente de nuestra vida. El gusto de ser el que soy y el gozo por la vida que tengo van remplazando poco a poco el sufrimiento, los miedos y la amargura que le robaban el sentido a mi vida.
Agradecemos a todos los que nos han acompañado en este año de camino ya que en él es indispensable el apoyo que recibimos de todos los que vislumbran esta liberación y el soporte que podemos dar a todos aquellos que desde lo profundo de su corazón han decidido tomar en serio este llamado. La consciencia Una se goza en cada consciencia que está haciendo un proceso de despertar.
El año que viene estaremos enviándoles información sobre las actividades que desarrollaremos con Claud Anshin y con Richard Moss quienes muy posiblemente nos acompañarán en los meses de Marzo y de octubre respectivamente. También estaremos invitándolos a los pequeños talleres que esperamos poder seguir realizando como apoyo en nuestro trabajo de consciencia.
Les adjuntamos, como el año pasado, una lectura de Pablo D´Ors como reflexión de fin de año, tomada del libro “Biografía del Silencio”, publicado por editorial Siruela.
Ver aquí la programación para el 2016.
Pablo d’Ors
Biografía del silencio
Breve ensayo sobre meditación
Biblioteca de Ensayo 54 (serie menor)
A la memoria de María Luisa Führer, mi madre.
El deseo de luz produce luz.
Hay verdadero deseo cuando hay esfuerzo de atención.
Es realmente la luz lo que se desea cuando cualquier otro móvil está ausente.
Aunque losfuerzos de atención fuesen durante años aparentemente estériles,
Un día, una luz exactamente proporcional a esos esfuerzos inundará el alma.
Cada esfuerzo añade un poco más de oro a un tesoro que nada en el mundo puede
sustraer.
Simone Weil
Comencé a sentarme a
meditar en silencio y quietud por mi cuenta y riesgo, sin nadie
que me diera algunas nociones básicas o que me acompañara en el
proceso. La simplicidad del método –sentarse, respirar, acallar
los pensamientos…– y, sobre todo, la simplicidad de su
pretensión –reconciliar al hombre con lo que es– me sedujeron
desde el principio. Como soy de temperamento tenaz, me he
mantenido fiel durante varios años a esta disciplina de,
sencillamente, sentarse y recogerse; y enseguida comprendí que
se trataba de aceptar con buen talante lo que viniera, fuera lo
que fuese.
Durante los primeros meses
meditaba mal, muy mal; tener la espalda recta y las rodillas
dobladas no me resultaba nada fácil y, por si esto fuera poco,
respiraba con cierta agitación. Me daba perfecta cuenta de que
eso de sentarse sin hacer nada más era algo tan ajeno a mi
formación y experiencia como, por contradictorio que parezca,
connatural a lo que en el fondo yo era. Sin embargo, había algo
muy poderoso que tiraba de mí: la intuición de que el camino de
la meditación silenciosa me conduciría al encuentro conmigo
mismo tanto o más que la literatura, a la que siempre he sido
muy aficionado.
Para bien o para mal,
desde mi más temprana adolescencia he sido alguien muy
interesado en profundizar en mi propia identidad. Por eso he
sido un ávido lector. Por eso cursé filosofía y teología en mi
juventud. El peligro de una inclinación de este género es, por
supuesto, el egocentrismo; pero gracias al sentarse, respirar y
nada más, comencé a percatarme de que esta tendencia podía
erradicarse no ya por la vía de la lucha y la renuncia, como se
me había enseñado en la tradición cristiana, a la que
pertenezco, sino por la del ridículo y la extenuación. Porque
todo egocentrismo, también el mío, llevado a su extremo más
radical, muestra su ridiculez e inviabilidad. De pronto, gracias
a la meditación, incluso el narcisismo mostraba un lado
positivo: gracias a él, podía perseverar yo en la práctica del
silencio y de la quietud. Y es que hasta para el progreso
espiritual es preciso tener una buena imagen de uno mismo.
Durante el primer año,
estuve muy inquieto cuando me sentaba a meditar: me dolían las
dorsales, el pecho, las piernas… A decir verdad, me dolía casi
todo. Pronto me di cuenta, sin embargo, de que prácticamente no
había un instante en que no me doliera alguna parte del cuerpo;
era solo que cuando me sentaba a meditar me hacía consciente de
ese dolor. Tomé entonces el hábito de formularme algunas
preguntas tales como: ¿qué me duele?, ¿cómo me duele? Y,
mientras me preguntaba esto e intentaba responderme, lo cierto
era que el dolor desaparecía o, sencillamente, cambiaba de
lugar. No tardé en extraer de esto una conclusión: la pura
observación es transformadora; como diría Simone Weil –a quien
empecé a leer en aquella época–, no hay arma más eficaz que la
atención.
La inquietud mental, que fue lo que
percibí justo después de las molestias físicas,
no fue para mí una batalla menor o un obstáculo
más soportable. Al contrario: un aburrimiento
infinito me acechaba en muchas de mis sentadas,
como empecé entonces a llamarlas. Me atormentaba
quedar atrapado en alguna idea obsesiva, que no
acertaba a erradicar; o en algún recuerdo
desagradable, que persistía en presentarse
precisamente durante la meditación. Yo respiraba
armónicamente, pero mi mente era bombardeada con
algún deseo incumplido, con la culpa ante alguno
de mis múltiples fallos o con mis recurrentes
miedos, que solían presentarse cada vez con
nuevos disfraces. De todo esto huía yo con
bastante torpeza: acortando los períodos de
meditación, por ejemplo, o rascándome
compulsivamente el cuello o la nariz –donde con
frecuencia se concentraba un irritante picor–;
también imaginando escenas que podrían haber
sucedido –pues soy muy fantasioso–, componiendo
frases para textos futuros –dado que soy
escritor–, elaborando listas de tareas
pendientes; recordando episodios de la jornada;
ensoñando el día de mañana… ¿Debo continuar?
Comprobé que quedarse en silencio con uno mismo
es mucho más difícil de lo que, antes de
intentarlo, había sospechado. No tardé en
extraer de aquí una nueva conclusión: para mí
resultaba casi insoportable estar conmigo mismo,
motivo por el que escapaba permanentemente de
mí. Este dictamen me llevó a la certeza de que,
por amplios y rigurosos que hubieran sido los
análisis que yo había hecho de mi conciencia
durante mi década de formación universitaria,
esa conciencia mía seguía siendo, después de
todo, un territorio poco frecuentado.
La sensación era la de
quien revuelve en el lodo. Tenía que pasar algún tiempo hasta
que el barro se fuera posando y el agua empezase a estar más
clara. Pero soy voluntarioso, como ya he dicho y, con el paso de
los meses, supe que cuando el agua se aclara, empieza a poblarse
de plantas y peces. Supe también, con más tiempo y determinación
aún, que esa flora y fauna interiores se enriquecen cuanto más
se observan. Y ahora, cuando escribo este testimonio, estoy
maravillado de cómo podía haber tanto fango donde ahora descubro
una vida tan variada y exuberante.
Hasta que decidí practicar
la meditación con todo el rigor del que fuera capaz había
tenido tantas experiencias a lo largo de mi vida que había
llegado a un punto en que, sin temor a exagerar, puedo decir que
no sabía bien ni quién era: había viajado a muchos países; había
leído miles de libros; tenía una agenda con muchísimos contactos
y me había enamorado de más mujeres de las que podía recordar.
Como muchos de mis contemporáneos, estaba convencido de que
cuantas más experiencias tuviera y cuanto más intensas y
fulgurantes fueran, más pronto y mejor llegaría a ser una
persona en plenitud. Hoy sé que no es así: la cantidad de
experiencias y su intensidad solo sirve para aturdirnos. Vivir
demasiadas experiencias suele ser perjudicial. No creo que el
hombre esté hecho para la cantidad, sino para la calidad. Las
experiencias, si vive uno para coleccionarlas, nos zarandean,
nos ofrecen horizontes utópicos, nos emborrachan y confunden…
Ahora diría incluso que cualquier experiencia, aun la de
apariencia más inocente, suele ser demasiado vertiginosa para el
alma humana, que solo se alimenta si el ritmo de lo que se la
brinda es pausado.
Gracias a esa iniciación a
la realidad que he descubierto con la meditación, supe que los
peces de colores que hay en el fondo de ese océano que es la
conciencia, esa flora y fauna interiores a las que me he
referido un poco más arriba, solo pueden distinguirse cuando el
mar está en calma, y no durante el oleaje y la tempestad de las
experiencias. Y supe también que, cuando ese mar está en una
calma aún mayor, ya no se distinguen ni los peces, sino solo el
agua, el agua sin más. Pero a los seres humanos no suele
bastarnos con los peces, y mucho menos simplemente con el agua;
preferimos las olas: nos dan la impresión de vida, cuando lo
cierto es que no son vida, sino solo vivacidad.
Hoy sé que conviene dejar
de tener experiencias, sean del género que sean, y limitarse a
vivir: dejar que la vida se exprese tal cual es, y no llenarla
con los artificios de nuestros viajes o lecturas, relaciones o
pasiones, espectáculos, entretenimientos, búsquedas… todas
nuestras experiencias suelen competir con la vida y logran, casi
siempre, desplazarla e incluso anularla. La verdadera vida está
detrás de lo que nosotros llamamos vida. No viajar, no leer, no
hablar…: todo eso es mejor que su contrario para el
descubrimiento de la luz y de la paz.
Claro que para vislumbrar
algo de todo esto que tan rápidamente se escribe y tan
lentamente se llega a aprender tuve que familiarizarme con mis
sensaciones corporales y, lo que es todavía más arduo,
clasificar mis pensamientos y sentimientos, mis emociones.
Porque es fácil decir que uno tiene distracciones, pero muy
difícil, en cambio, saber qué clase de distracciones son las que
padece. Tardé más de un año en empezar a poner nombre a lo que
aparecía y desaparecía de mi mente cuando me sentaba a meditar.
Hasta ese momento había sido un espectador, sí, pero poco
atento. Al término de una sentada poco podía decir de lo que
realmente me había sucedido en ella.
Estar atento a las propias
distracciones es mucho más complicado de lo que uno se imagina.
En primer lugar porque las distracciones, por su propia
naturaleza, esquiva y nebulosa, no son fácilmente aprehensibles;
pero también porque al intentar retenerlas para memorizarlas y
poder dar luego cuenta de ellas, acaba uno distrayéndose con esa
nueva ocupación. Pese a todo, pude reconocer y nombrar buena
parte de mis distracciones y, gracias a esta tipología,
necesariamente aproximativa, pude saber, con bastante precisión,
a qué nivel había llegado en mi práctica de meditación después
de un año y medio de asidua perseverancia.
Agradeciendo su solidaridad en el camino del despertar.
Presencia Consciente.